En la cafetería Mercado, en la Plaza Timanfaya, a la vera del Ayuntamiento, si uno es ligeramente perspicaz, puede escuchar retazos de algunas conversaciones con su sabor. Como ayer, la de aquel personaje trajeado, encorbatado, con un compañero de fatigas y dos chicas, charlando sin parar de cuestiones político-municipales.
Uno se suele camuflar por allí, tomando una caña de cerveza, bien solo, bien con algún amigo… Y a fe que, habiendo oteado un horizonte de encuentros frecuentes, de cierto nivel político, como ya hemos comentado en alguna ocasión, tampoco es que uno arrime el oído o levante la antena.
Ayer, a una hora determinada, con todas las mesas ocupadas, menos una, salvo las que están al sol, que castigaba demasiado, me senté al lado de otra mesa con cuatro personas… El amigo con el que había quedado se retrasó un poco. Lo de siempre: Una jarra, mirada al horizonte, que se estrella con un búho de juguete que no consigue espantar a las tórtolas, por mucho que, alguna que otra vez, el búho se ponga a girar la cabeza, en una cacería ficticia, propia de una película de Santiago Segura. Una idea empresarial, por cierto, muy desafortunada, porque las tórtolas son sabias y más avezadas que el búho de juguete. Y que solo sirve para que los muchachuelos le den con la mano a la cabeza y se ponga a girar, hasta marearse, mientras las tórtolas se ríen descaradamente del búho y hasta cualquier día le hacen un corte de mangas.
El caso es que el personaje trajeado, con camisa de manga larga, con gemelos. así como algo coloradote por el calor, daba lecciones a los tres escuchantes, hasta de alguna cita con referencia decía, «a la Consejera«. Nos reservamos el área de la política. La verdad es que a un servidor le molesta escuchar cuestiones de mesas ajenas… Y como el móvil no es mi fuerte para el relajo, miraba a caballo del pobre e inútil búho. Se acercó un camarero y tomó nota de la comanda. Rápidamente el barbudo y trajeado personaje, debajo del televisor, según se entra a la izquierda, se adelantó con esa sonrisa propia del que dirige el cotarro y dijo:
— Primero las chicas jóvenes, por favor…
Sonrisas del personal.
El personaje, que emanaba un tufo de jefe de algo, imaginemos que del Ayuntamiento, o, quién sabe si del Gobierno de Canarias, debería de tener alguna cita política de cierto relieve, porque a estas alturas, con los treinta grados largos, a eso de la una de la tarde, con el nudo de la corbata aflojado, y ni un simple soplido de aire acondicionado, es un síntoma que ni el alcalde, a la sazón Marco Aurelio Pérez, que, por cierto, gusta más de prendas veraniegas más frescas que el traje del ejecutivo referenciado.
No quisiera, por privacidad personal y el respeto a los vecinos de la mesa de al lado, desvelar ni una frase, de las pocas que se le quedan a uno, si no presta mucha atención, porque pareciera que se andaba preparando alguna novedad, se supone que de «imperativo legal«. El que parecía el jefe de todo, que nadie hablaba más que él, se desprendió de la chaqueta, camisa azul, con la línea de las mangas bien marcadas por el paso de la plancha bien marcada…
Uno se entretenía más con el búho, más triste que el pianista de un hotel, que hacer un esfuerzo y proceder a unas conjeturas, tal vez inadecuadas. Aunque en mi pueblo se dice que «blanco, en botella y que pone Pascual, leche». Pero había un tufillo político municipal de que se urdía algo…
¿Y…?
Mañana más… Igual contamos las tórtolas no que se van ni con agua fría ni con agua caliente… ¡Ay si las tórtolas de la cafetería Mercado, en la aPlza Timanfaya, contaran lo que saben, entre picoteo y picoteo cuando se levanta la clientela y hasta que llegan los camareros… Porque lo que es el búho de juguete, que solo está para espabilar y ahuyentar a las palomas, bien debe de saber el dueño de la cafetería «Mercado» que no es más que es un simple muñequito sin la menor retranca.
P. D. ¡Ah! Por cierto. La tórtola emite un arrullo suave, bisilábico y repetitivo: «tur, tuur, tuuuur».