Mañana, tarde y noche. Ayer, hoy, y, probablemente, mañana, llegaron, llegan y, previsiblemente, salvo error u omisión, llegarán como el rayo que no cesa, cientos y cientos de inmigrantes ilegales a Canarias.

Ayer mismo alcanzaron las costas canarias trescientos sesenta y tres inmigrantes ilegales de una sola tacada, con una embarcación llegando a Arguineguín, como el pan nuestro de cada día, y otras dos embarcaciones más a Tenerife.

¿A qué obedece esta política, en un goteo incesante, con miles y miles de inmigrantes que, jugándose la vida, se lanzan a los cayucos, a las pateras, a las lanchas neumáticas, en unas condiciones infrahumanas, sorteando el azar de las olas de la mar atlántica, para alcanzar, de forma ávida, la costa canaria?

Cada vez conocemos menos, oficialmente hablando, de estas continuas oleadas de inmigrantes, en una política, entre España y Marruecos, que, ahora, al parecer, si seguimos las palabras de sus máximos mandatarios, marchan de forma excelente las relaciones entre los dos gobiernos. Pero que, a ojos de los de a pie, la inmensa mayoría, casi nadie conoce lo más mínimo.

Solo ellos, los de siempre. Los que mandan y toman las decisiones, los que tienen las llaves de una serie de circunstancias que, por sensibilidad y transparencia, por legalidad democrática, debiéramos de conocer públicamente. ¿O no?

Resulta impensable, desde una óptica y una política razonable, poder alcanzar a entender que en la tercera década del siglo XXI, con tantos y con tan avanzados medios informáticos, pueda continuar y proseguir esta caminata ofensiva y constante de verdaderos ejércitos humanos de marroquíes, senegaleses y otros países africanos, de personas que se buscan la vida a la buena de Dios.

Sin conocer idiomas, ni tan siquiera el español, sin mayores medios, sin recursos económicos, aparentemente, sin apoyaturas estratégicas, teóricamente, marchando por esos caminos de la vida que nadie entiende así por las buenas, y de los que todos queremos saber, por legalidad, y con la mayor claridad, todos los datos posibles.

Lo que escribimos con la mayor prudencia y delicadeza, porque, al parecer, muchos de los datos no van, precisamente, por esos caminos de sensibilidad humana y de calidad democrática que todos quisiéramos conocer con la mayor profundidad y transparencia.

Escrito, pues, queda.