Cuando un político se estira en demasía, con el ego subido, debiera pensar en el error de la superioridad sobre el ciudadano.
Por Juan de la Cruz
La política a veces es, resulta, o al menos lo parece, demasiado severa. Incluso en un municipio como el de San Bartolomé de Tirajana. Y es que en ocasiones algunos políticos, que debieran de caer en la cuenta de que son seres humanos y que también se equivocan en parte de sus criterios y actuaciones, se embadurnan, en determinados casos, de un aire de superioridad, que no suele resultar buen consejero. Tal pudiera ser el ego que imprimen algunos de los sillones municipales o edilicios, el mando en plaza, la autoridad competencial emanada de las urnas, pero agrandada en algunos en demasía.
Más ahí radica algún error de determinados políticos. Estar o parecer poseído duna especie de engreimiento. Acaso porque el cargo se les sube o pudiera subir a la cabeza, en ocasiones más de los previsto, en vez de reflexionar y concluir en que están en el lugar que ocupan, sencillamente, por el resultado y la confianza mostrada por los ciudadanos y votantes en las urnas.
El erróneo complejo de superioridad
Sin embargo el ego de algunos les lleva y conduce a un erróneo y errático complejo de superioridad, que ignoramos de dónde sale; de engrandecimiento, que ignoramos de dónde arranca; de una super relevancia en el cargo , ignoramos por qué, y, paulatinamente, se olvidan de las bases elementales que les han aupado a un lugar demasiado alto para sus responsabilidades y cometidos.
¿Tan difícil es partir de que el sufragio de los ciudadanos no es más que un acto de confianza para resolver y facilitar las cuestiones pendientes, mejorar el municipio, abrir los cauces participativos y de gestión y hasta vestirse con el ropaje de la ciudadanía corriente y moliente, que trabaja un montón de horas, que paga sus impuestos, y que no ha tenido la suerte de formar parte de una lista electoral para ocupar un sillón edilicio, o sea, municipal?
Pero, que conste, siempre hay tiempo de poder rectificar. Lo que, según el dicho popular castellano, es de sabios.
