El Papa Francisco I ha fallecido sin haber podido conocer el drama migratorio en Canarias, tal como anhelaba
Por Juan de la Cruz
Esta mañana ha fallecido el l primer Papa americano, el jesuita argentino Jorge Mario Bergoglio, a la edad de 88 años, y una enfermedad que le atenazaba desde hace unas semanas, aunque el domingo de Resurrección, impartía la bendición «Urbi et orbe».
Nacido en Buenos Aires en 1936 se distinguió por un profundo y comprometido sentimiento de tipo social, que luchó por la defensa de la severidad y de la crudeza migratoria, y que hace pocos meses manifestaba a Fernando Clavijo, presidente de Canarias, su profundo deseo de viajar al escenario y conocer «in situ» uno de los escenarios más complejos del panorama migratorio africano, una tragedia humanitaria. El mismo pontífice era hijo de emigrantes piamonteses.

El Papa Francisco I recibe en audiencia a Fernando Clavijo, presidente de Canarias
Un pontificado luchando por la defensa de los más pobres
Durante todo su pontificado trabajó y se distinguió, de forma esforzada, por la defensa y la esperanza de los más pobres.
Hoy, El Vaticano y el orbe católico se encuentra plenamente envuelto el dolor y el sentimiento del luto, mientras se reciben millones de testimonios de pesar por la marcha y la desaparición de una figura de la talla humanista y humanística como la que le distinguió a lo largo de su pontificado el Papa Francisco I.
Autor de los libros «Meditaciones para religiosos» (1982), «Reflexiones sobre la vida apostólica» (1986) y «Reflexiones de esperanza» (1992), defendió, siempre, su deber de «predicar incesantemente» la doctrina social de la Iglesia, pero también de «expresar un juicio auténtico en materia de fe y de moral».
Un pontificado de doce años en el mundo del orbe católico como pastor de la iglesia universal y de un profundo magisterio en su mensaje evangelizador, de carácter renovador y reformador, del siglo XXI.
Un Papa comprometido con la fe
Francisco I fue un Papa comprometido con la fe, con el desarrollo y la sensibilidad más profunda de la fe, de su fuerza, de su enseñanza, de su reto y de ese pulso personal con el que con sus brazos alzaba el testimonio de la fe. En este sentido visitó países de tan complejas circunstancias como Sri Lanka, Bosnia, Herzegovina, Kenia, República Centroafricana, Uganda, Armenia, Bangladés, Mozambique, Kazajistán…
Y en todos sus viajes, en todas sus alocuciones, en todas sus miradas, siempre el pulso firme, decidido y empeñado de la fe y de la iglesia católica, esparciendo puñados de semillas en la esperanza pontifical de su germinación.
Descanse en paz, desde la esperanza evangélica y viva de su mensaje.