Aquellos primeros guiris de Maspalomas, allá por los inicios de los años sesenta del pasado siglo, conforman una estampa nostálgica de pura nostalgia.
No se puede pedir más: Seguro de sol, las olas de la mar atlántica dejando que la brisa acariciara a babor y a estribor a los guiris, el camellero con sus animales paseando a los primeros turistas por las Dunas, siempre inmensas de color, y sacarles unas perras, todos ellos bien contentos, apelmazados encima del camello, la familia preparándose para instalarse en la playa, en la soledad de la playa, a la orilla del Faro… Y hasta, claro es, dando envidia a los familiares y amigos de su lugar de procedencia, con su estancia en Maspalomas.
Maspalomas se despertaba, con la calidez de su clima, al turismo… Y de aquel silencio eterno, cuajado de soledades y de olvidos, pero de una paz casi conventual, a ese turismo desordenado que, hoy, representa el verdadero motor de Maspalomas, de San Bartolomé de Tirajana, de Gran Canaria, del Archipiélago… Gracias al impulso turístico de aquellos nuevos tiempos y gracias, por supuesto, fundamentalmente, a tantos emprendedores…

Mirando la estampa, ahora que tantas veces pasamos y paseamos orillados al Faro, quizás no comprendamos la inmensidad del cambio del paisaje, a brochazos, de forma anárquica, pero que ha dado, afortunadamente, un extraordinario resultado a Maspalomas…
Una estampa para el recuerdo con aquellos primeros guiris y el camellero que, poco a poco, iba desertando de sus labores agrícolas y ganaderas, y tratando de adaptarse a las exigencias de aquel entonces.
