Con el calor que hace estos días por estos pagos de Maspalomas es lógico que los patitos, a eso del mediodía, se resguarden bajo la sombra, aunque, siempre, mirando de reojo a mamá pata. Lo que siempre imprime tranquilidad.

A eso de las doce de la mañana de ayer, domingo, pasé cerca de donde habita la colonia de patos que se ha asentado enfrente del Parque Sur. Un puñado de patitos andaban como jugueteando en el regato de agua que les sirve de relajo y sobrellevar un poco mejor los calores que, en ocasiones, nos asfixian. Que cualquiera diría que estamos en verano y en el Sáhara. Pero ya nos encontramos a mediados del otoño y en Maspalomas.

Tras la cerveza con los amigos Tony Ruiz y José Luis Rueda, que fuera solista del grupo «Acuario«, en aquellos buenos años, y que ha cantado hasta no hace mucho tiempo en numerosos lugares de la zona sur de Gran Canaria, donde lleva asentado un montón de años, parloteando de esa cotidiana diversidad de asuntos que fluyen por la vida de unos contertulios, como la cena del viernes en el restaurante sueco «Tre Hjärtan«, que se traduce como «Tres Corazones«, y que regenta el inquieto joven hispano-sueco Alex Marquina, situado en lo alto del Centro Comercial de San Agustín, entre otra diversidad de cuestiones para acabar diciendo que ya volveremos, un servidor regresaba a casa. Y, claro es, al pasar a la altura de los patos, me detuve unos segundos.

El tiempo suficiente para bajar del coche a toda leche, andar unos pasos, poner el móvil en disposición de cámara y hacer unas fotografías a los patitos. Unos patitos que, ya espabilados y creciditos, se resguardaban a la sombra, con la vigilancia de la pata madre y de otro pato, que ayer, quizás porque los pequeños andaban en esa dulce hora que emana de la siesta, se espabilaron un poco, así como extrañados ante la presencia del inoportuno visitante, que les saludó:

— Hola, patos… ¿Es que, es que que ya no me conoceis?

Los patos mayores se mosquearon un poco, estiraron el cuello y no me quitaban ojo. Así mismo los patitos, siguiendo el compás de los mayores, también se medio mosquearon y alzaron la mirada, así como entre asustadiza y perpleja, cruzada con la protección de los patos vigilantes de su siesta. Me detuve, entonces, el tiempo mínimo suficiente para hacer un par de fotografías y largarme con viento fresco. Aunque eso no es más que una frase hecha, porque lo que es viento, ayer, domingo, y antes de ayer, sábado, y el viernes, y el jueves, y el miércoles, y el martes, y el lunes, nada de nada. Como bien saben los lectores.

Mientras tanto los patitos siguen estirándose hacia arriba. O sea, creciendo, sin más preocupaciones que comer, dormir, corretear tras la madre y aprender de la vida a través de las enseñanzas maternas.