Ante el escandaloso crecimiento de la inmigración ilegal africana en Canarias, reproducimos el artículo publicado el 9 de agosto pasado por Juan de la Cruz en «maspalomasplus.com».

Hace unos años Mohamed se enroló en la aventura de una patera, con destino Canarias. Un joven marroquí, al que le ofrecieron ayudas económicas y otras en España. «Y adelante…», se dijo.

Mohamed, una persona joven, que vivía en un pueblo de Marruecos, con sus padres y hermanos que trabajaban en las labores del campo, y cuya identidad omitimos, se sintió tentado por la aventura en el más allá de Marruecos, de Africa, ante el deseo de alcanzar la orilla española de Europa, donde se le abrirían, según le informaron debidamente, muchas puertas: Seguridad Social, ayudas económicas y alimenticias.

Durante unos días se sintió indeciso y mal. Si acaso, dándole muchas vueltas al asunto, también, temeroso, por si salía mal la propuesta que le habían formulado, mientras reflexionaba de modo constante y permanente sobre el asunto. Sentía miedo. Además, trabajaba en un taller mecánico, al que se desplazaba tras un largo recorrido de varios kilómetros por las serpenteantes y mal asfaltadas carreteras marroquíes, ganaba un dinero escaso pero suficiente para ir tirando y defendiéndose, ayudando a su familia, y poco más, y jamás había pensado en una aventura de esas características con rumbo a un mundo desconocido.

Al final, entre la influencia de los familiares más cercanos, vecinos y amigos, decidió tomar y adquirir un estado de conciencia con el compromiso de llegarse a España y, entre unas cosas y otras, si todo salía tal como le habían prometido, poder ayudar a los suyos, prosperar y ser hasta una vía de enlace con otros para poder ayudar a otros hermanos marroquíes. Siempre, en el peor de los casos, quedaba abierta la puerta del retorno al domicilio familiar y al taller mecánico.

Una vez convencido de su aventura, riesgos incluidos, asesoraron a Mohamed, nuestro protagonista, debidamente de que llegando a Maspalomas, entrase en contacto con el primer marroquí que se encontrara por la calle, que se identificara, y que siguiera las indicaciones respectivas. Trato hecho. A Mohamed le entregaron tres mil euros, y un determinado día, con una mochila como todo equipaje, un teléfono móvil, y un largo y cálido abrazo a la familia, partió en una patera rumbo a Canarias en ese sinuoso recorrido para superar la mar atlántica, sin problema alguno por parte de los servicios de vigilancia marroquí. Tal cuantas hacen tantas y tantas pateras, hasta alcanzar la costa española.

De esto hace ya unos años. Una travesía dura, severa, incómoda, larga, con seis o siete diez días a bordo, donde una oleada de inmigrantes pasaron calor a mansalva, frío nocturno, numerosas incomodidades por el apelotonamiento entre unos y otros, que parecieran esclavos, lo mismo que pasaron hambre y sed.

Pero, al final, logró pisar, por fin, la tierra española de promisión y, también, de redención.

Con tres mil euros de respaldo, se encaminó hacia el lugar que le recomendaron. Se encontró con una señora marroquí, ya mayor, que, tras la identificación correspondiente, le puso en contacto con la persona adecuada para ello. Se entrevistó con el contacto indicado por la señora. Y de ahí en adelante todo fueron facilidades para acceder a ayudas y otros servicios necesarios para la subsistencia. Ya había superado el primero de los pasos.

Mucho mejor y mucho más fácilmente, por supuesto, que muchos españoles. Y que se las ven y se las desean para poder acceder a los servicios correspondientes de la Seguridad Social, tras numerosas gestiones, donde, a personas desasistidas por completo, les hacen rellenar un montón de papeles con una amplia diversidad de datos, donde te piden un correo electrónico, un teléfono, un domicilio, certificados de trabajo, inscripción en el paro, número de cuenta bancaria actualizada, la firma de una asistente social, tras una amplia entrevista, para la debida comprobación de la realidad del peticionario de ayudas, y otras muchas gestiones hasta la desesperación.

Las numerosas llamadas por teléfono a la administración, sin contestar, resultan desesperantes, el cansancio y el abatimiento agotan el ánimo por remontar las contrariedades y la ingente cantidad de trabas burocráticas, las esperas ante las preguntas son largas y hasta inexistentes… Inclusive dejas un whassat y solo responde, solo, el silencio.

En el recorrido de tantas gestiones el desasistido, con toda probabilidad, ya se cansado de tanta dificultad, de tanto obstáculo, y desiste.

Pero el marroquí, con una organización detrás, va abriendo el camino correspondiente.

¿Y cómo lo hace y consigue, al parecer sin demasiadas adversidades, un marroquí o un senegalés, por ejemplo, en España, sin conocimiento idiomático, sin saber, apenas, por dónde se anda? Tal, al menos, es el rumor que corre de boca en boca, y de cuando en vez en los medios de comunicación, sobre las ayudas que reciben los inmigrantes ilegales africanos.

Hace un año largo que un servidor se preocupó por cumplimentar los papeles a un español que vive en la calle, un sintecho, sin ayuda alguna, sorteando el destino entre contenedores, durmiendo bajo una palmera, luchando contra el azar, rearmándose de paciencia y capacidad de aguante en el día a día de la nada, de la nada más absoluta. Una larga, incansable andadura administrativa, hasta la desesperación más que el agotamiento, hasta la incomprensión e impotencia más que la buena voluntad con la que contábamos.

Aunque fue tal empeño, la persistencia, la entrega del largo y complicado trámite administrativo en las dependencias de la Seguridad Social en Vecindario, las llamadas a la administración, las explicaciones ante la asistente social, que, por fín, la aventura que parecía imposible, se hizo realidad. Y, un buen día, de marzo pasado, el personaje citado comenzó a recibir la ayuda correspondiente del salario mínimo vital. , con un año justo al medio, cuando ya se había perdido la mínima esperanza. Lo que, a fin de cuentas, es de agradecer.

¿Qué medios, qué metodología, qué asesores, qué informantes, qué gestores, qué orientaciones, qué ardides, qué traductores, qué pilotaje reciben quienes llegan desde las pateras a bordo, o a través de otros medios de transporte, y consiguen la percepción, siempre al parecer, de manifiestas ayudas por parte de la administración española, por muy ilegales que sean los mismos? Inclusive hasta los hay que regresan a su lugar de origen y allí mismo continúan recibiendo, al parecer, las ayudas correspondientes. Y en euros, que no en dirhams.

El articulista ha intentado averiguarlo. Pero lo ignora.

No obstante lo anterior, consideramos, moralmente hablando, que resultaría muy recomendable que ante la delicada situación del panorama económico español, de la crisis galopante, de la más que salvaje escalada de precios, incluidos los alimentos vitales –pan, leche, huevos, y otros muchos, claro es–, el crecimiento inflacionista, se facilitaran todos los datos, con la mayor transparencia posible, como exigencia de la normativa democrática, para conocer si hay ciudadanos extranjeros ilegales de primera y ciudadanos españoles de segunda, de tercera, de cuarta división, o, como se suele decir, » en riesgo de exclusión social«.

El hecho evidente es que, a día de hoy, en Canarias hay casi 170.000 desempleados. Y muchos, muchos, en estado de necesidad máxima para la supervivencia.

Mientras tanto las mafias criminales, situadas y conectadas a ambos lados de la mar, Marruecos y Espala, trafican, de forma miserable, inhumana, cruel y salvaje, con tantos y tantos que se juegan la vida por salir «como sea«, de su país.