El Calderín cuenta con un núcleo chabolista tercermundista y desgarrador, con el que se debe de acabar por dignidad moral y humana.

No es oro todo lo que reluce en Maspalomas, siempre en la vanguardia de los atractivos turísticos de la península y de Europa. Un rincón de extraordinarios atractivos en el municipio de San Bartolomé de Tirajana, que goza del mejor clima del mundo.

Pero por una toda una larga serie de circunstancias, que probablemente nadie sea capaz de explicarse, muy cerca de ese impresionante mundo que se escenifica cada día en Maspalomas, entre una inmensidad de extraordinarios hoteles que disponen de todo tipo de lujos, resorts, complejos residenciales, campos de golf, pistas deportivas, centros comerciales de extraordinaria presencia con marcas de lujo en joyería, ropa, decoración y otros, complejos turísticos, restaurantes, existe, a la vez y con tanta distancia y cercanía a la vez y sorprendentemente en el tiempo, toda una red chabolista, a la que acceden los turistas en sus excursiones por los alrededores de Maspalomas.

Un chabolismo que hemos de calificar sin lugar a dudas como de tercermundista, cuajado de abandonos, negligencias e insensibilidades por parte de los servicios municipales e insulares, y en los que es de suponer que la supervivencia en el día a día, debe de ser y debe de resultar como toda una simbología y especie de milagro, a caballo entre el esfuerzo de los residentes que se albergan entre sus paredes, la desidia de terceros y la despreocupación de otros.

La verdad es que sorprende, sorprende mucho y muy desagradablemente, que a estas alturas del siglo XXI, a una muy escasa distancia –que se puede recorrer a pie– de la belleza que atesora en tantos aspectos referenciales Maspalomas, de largas e inveteradas playas de esplendor, el viajero y el caminante se puede desviar por la ruta que se dirige hacia el Lomo de las Presas, atravesar una irregular carretera, dejando una hípica a la izquierda con preciosos ejemplares para los jinetes, y una planta fotovoltaica a la derecha, torcer hacia el barrio conocido como El Calderín, ralentizar la marcha al máximo, divisar las chabolas y las casas del núcleo humano, nunca mejor dicho, con la vista detenida hacia todas partes, y hacia El Tablero, sin tan siquiera adentrarnos por sus pequeñas calles, para ir apreciando toda una serie de chabolas que claman al cielo, entre toldos descoloridos y variopintos, paredes que se alzan hacia nadie sabe dónde, un cementerio de coches orillado a la carretera, techos de aluminio y remiendos caseros para ir haciendo frente a la supervivencia.

Un desfile de numerosas chabolas, orilladas a la carretera –si es que se le puede dar ese nombre al muy estrecho camino de asfalto, en el que apenas pueden cruzarse dos coches–, al fondo, a unos escasos centenares de metros de la carretera, entre doscientos y trescientos metros, se alzan núcleos chabolistas donde no hay forma de imaginarse la vida de sus gentes, algunas de las cuales trasiegan todos los días a pie para llegarse hasta El Calderín o hasta San Fernando y cargar con garrafas de agua, con bolsas de comida…

Núcleos chabolistas orillado a ese mundo de lujo y placer, de descanso y de relax que se expande, abiertamente por todo Maspalomas, que, desde los años sesenta del pasado siglo pegó un inmenso estirón gracias al esfuerzo de tantos emprendedores…

Pero hoy, ahora, mientras el periodista escribe estas líneas, traza sus miradas entre ese mundo lastimoso anclado en las chabolas, el arraigo del esplendor turístico y hasta la más que necesaria llamada de atención para que desde el Ayuntamiento de San Bartolomé de Tirajana, y/o desde la administración correspondiente, se lleven a cabo los esfuerzos necesarios y oportunos para poner fin, por el bien de todos, fundamentalmente de sus gentes, a este mundo de chabolas tercermundistas, que llaman la atención del viajero, entre sus penurias y adversidades, con sus remiendos y llamada de atención a la sensibilidad humana.

Luchemos por la erradicación de esos núcleos chabolistas, siquiera sea por una vida más digna.